17.1.10

Crónicas de tiempos: enero 2007



Les leñas se iban acabando lentamente. Las llamas aclamaban alimento, y los niños aclamaban calor. Vestían telas grises que alguna vez habían sido de vivos colores; azul eléctrico, rojo granada, verde manzana, fucsia... y ahora hasta el más ínfimo recuerdo de alegría y vitalidad se había borrado de sus hilos, ahora el turquesa de media tarde se había vuelto gris, todo gris, gris como sus rostros.
Los niños jugaban a que jugaban, para después dar paso a un abrupto acto de sinceridad y quedar en un silencio menos hipócrita, ensimismándose, mirando la llama, el fuego, los fuegos, el rojo el amarillo, el marrón de la madera aún intacta, el plateado de la madera prendida, los dibujos que formaba la llama, el humo y los troncos deformados: veían un corazón, una daga, una flecha, una corona y una pistola, un final, un río de sangre...
El corazón de los niños era imperturbable. Más precisos que un péndulo no se inmutaban al oír nada. Se habían acostumbrado a la vida, se habían acostumbrado a respirar, a bombear sangre, a mirar instectos y a rascarse, no se dejaban engañar por sus "¡buh!". Ellos ya conocían el miedo.
El niño más grande se echa a llorar. Luego de mantener sus lágrimas cinco años en su prisión interior, explotó en un llanto infrenable. Desde lo más hondo de su corazón emergía el ardor de un dolor expansivo, capaz de quebrar el corazón del más insensible.
El niño no sabía llorar. Había olvidado cómo se hacía. Los ruidos se trababan en su tráquea y respiraba torpemente, no comprendía la humedad de sus mejillas.
El resto de los niños se miraron espantados, figurándose la situación como el comienzo del apocalipsis... pero sintiendo, al fin, algo en sus corazones magullados.
El niño del río en sus ojos se tranquilizó un poco, sintió la excitación de la vida en su interior, la delicia de sentir aunque sea dolor. Miró a sus amigos, sus hermanos, sus compañeros, y lo que sintió fue más fuerte de lo que nadie podría soportar, mezcolanza de sentimientos dándole vuelta el alma y un único impulso irracional. El de abrazar. La onda ezpansiva les llegó, todos juntos comenzaron a amucharse, desesperados por tocar toda la extensión de piel del otro, por captar cada átomo de esencia del otro, abarcar los cuerpos enteros. Viviendo, acompañando, siendo uno y todos, y tantos.
Al fin, la leña se acabó, y con la leña el fuego, y con el fuego la luz. Pero la habitación no quedó a oscuras. Entonces los niños se largaron a reír.
enero2007

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Su palabra agitará mi viento