23.3.10

Crónicas de tiempos: 23.03.10

-Hay un gato muerto en el medio del empedrado.
Encima, abajo y atrás suyo se extendía la oscuridad. Y dentro de ella, la jovencita de las pecas, cubierta (además de la espesa noche) con su frazada bordó se agarró la cara con ambas manos.
-Cómo es- el mar revuelto de su interior no le permitía ni siquiera emplear un tono de pregunta.
-tiene... manchas
Hubiese deseado no haberlo dicho nunca, no haber mirado ella hacia abajo, hacia el empedrado, eximirse por completo de ése peso. Sintió el blanco que se extendía delante suyo. Quiso creer que era una ilusión, que el gato no estaba muerto. Pero era el cadáver lo que volvía todo blanco, como una foto sobreexpuesta. Pero a su lado la oscuridad volvía a ser completa y densa. Sintió a sus espaldas el gemido de la otra jovencita.
Ése era unno de los momentos en que el tiempo se comprime.
-Menta-De pié, la muchacha dejó caer los hombros y asintió en silencio.
Hubiese querido anular ese instante. Hubiese querido no estar ahí , que nadie hubiese en el lugar en el que estaban todos respectivamente en ese momento. Pero ella estaba ahí, ella se había asomado desde el techo y había visto a Menta muerto.
Bajó las escaleras de caracol cabisbaja. Hubiese querido no hacerlo. Abrió la puerta, tomó aire y salió a la calle, descalza.
Hubiese querido no ver lo que vio.
El gato estaba acostado hacia un lado, el cráneo abierto desde más abajo del mentón al medio. Del abismo emergía carne. El piso estaba bañado en sangre. Indiscutiblemente era Menta.
Estaba volviéndose hacia la puerta cuando decidió echarle un último vistazo. Era imposible que hubiesen pasado más de dos horas y aún así, alguien había comido ya sus ojos.

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